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CUANDO EL TEMPLO CAMINA

PALABRA DE DIOS

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

 Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio ». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

 Entonces los judíos le preguntaron: « ¿Qué signo nos das para obrar así?».

Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar».

Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

Jn 2, 13-25

REFLEXIÓN BREVE

Cuando trabajaba con familias migrantes en el barrio Gótico de Barcelona pude compartir conversaciones sobre cómo vivíamos la religión unos y otros. Recuerdo con mucho cariño a Rachida, nacida en Marruecos y madre de tres varones que deben tener ahora entre 20 y 30 años. Rachida me contó que, viviendo en Larache, nunca había llevado pañuelo.

 Su religiosidad era entonces vivida de una forma serena, comunitariamente y plenamente integrada en su vida.

Al llegar a Barcelona sufrió ataques y menosprecios por su procedencia y decidió significar su fe –su orgullo, su identidad, su fuerza llevando pañuelo en la cabeza. Ese signo le recuerda, me decía, que Dios no está en las piedras, sino que la acompaña caminando en esa Yihad que es la vida de una madre trabajadora.

El templo prostituido no sirve a nadie fuera de sí mismo, hay que salir de él para acercarse al corazón del Pueblo de Dios.

ORACIÓN

En la senda del amor, ruego a Ti,

Oh Señor, guía mi humilde jornada,

Que en cada paso, en toda mirada,

Cuide de los demás con devoción sutil.

Que sea instrumento de compasión,

Y mis manos reflejo de tu luz,

Que en cada gesto, en cada cruz,

Se vea tu amor más que la razón.

Que el egoísmo ceda ante el deber,

de amar al prójimo como a mí mismo,

Que en mi palabra y en mi hacer,

Sea reflejo del cristianismo.

Oh, Dios del Amor, hazme florecer,

Ser testigo tuyo con mi altruismo.

En cada acto, hazme constructor,

De puentes que alivien el dolor,

Que de cada lágrima sea yo consuelo,

Y que cada herida cure yo con celo.

Que en el servicio encuentre mi razón,

Que mi vida sea tu manifestación,

Que en el cuidado, en cada desvelo,

Sea reflejo de Jesús, mi modelo.

ENTRA EN TU INTERIOR

Seguramente los mercaderes del templo intentaban ayudar a los judíos y estaban convencidos de que su servicio era valioso, no estaban viendo que su realidad estaba cambiando.

Muchas veces es más fácil asumir lo pétreo que lo vivo. Por ejemplo, es más fácil comprender y cumplir la liturgia diaria que comprender nuestras realidades tan cambiantes y tratar de discernir qué es lo que quiere Dios hoy de mí.

ORACIÓN FINAL

Señor, te pedimos la gracia de la compasión para observar a nuestro alrededor.

Que sepamos ver dónde comprometernos y dónde podemos aportar nuestra presencia como modelo de vida y de seguimiento de Jesús.

Compartimos el Padre Nuestro.